Es curiosa la cara que se nos queda cuando al final de una película aparece la frase “basada en hecho reales”.
Nos hemos pasado toda la película
pensando que era genial pero ficción, puedes disfrutarla sin miedo porque es
algo irreal, te dejas llevar durante toda la trama… hasta que esa frase te frena
en seco, te corta el cuerpo.
A todo lo que has visto en la
película comienzas a darle otro significado y a mirarlo desde otro punto de vista,
uno totalmente distinto.
La energía que te envolvía
durante la narración se rompe solo con una frase, era una película totalmente
diferente antes y después de esas palabras.
Esta comparación es ideal para
contar la historia de nuestra chica.
Ella nunca había tenido novio, de
hecho todas las relaciones anteriores nunca habían llegado a formalizarse de
ese modo. Ella quería querer, aunque no sabía, ella quería cuidar, aunque no
sabía, ella quería ponerle todas sus ganas.
Él apareció en su vida pisando
fuerte, como un terremoto, sabes que viene pero nunca la magnitud con la que
arrasará tu vida.
Ella era insegura, quería querer
bien, no quería un amor insano y doloroso. Eso era lo único que tenía claro.
No
quería repetir las relaciones nocivas que la habían rodeado sin ella pedirlo ni
buscarlo.
Ella se enamoró, y no de un ideal,
se enamoró de él, de sus imperfecciones, de sus tonterías, de sus fallos, de
sus defectos. Se enamoró incluso de todo lo que él odiaba de sí mismo. No
buscaba cambiarlo, solo ayudarlo a que él mejorase por iniciativa propia.
Él la quería mucho, al menos era
lo que ella sentía. La hacía sentir protegida, tranquila, con apetito, todo el
día le dibujaba una sonrisa en la cara. La hacía reír, se llevaban bien, eran
amigos en cierto modo. Él la cuidaba como no lo habían hecho, cada gesto de
cariño hacia ella la impulsaba a ser mejor, a corregir más fallos.
Pero como todo tiene un final,
ella comenzó a sentir el desenlace. Todo empezó a cambiar.
Sobre todo él.
Ella se sentía fuera de lugar,
incómoda, insegura, algo no iba bien. Y sabía que la respuesta la tenía él y no
quería decírselo. Se lo estaba guardando, y ella no podía acceder si él no
quería.
La ruptura llego por él y de una
forma que ella no esperaba. Sentía que todo se acababa, como cuando una película
de amor está terminando y tú no quieres despedirte porque su historia te tenía
enganchada, como un buen libro.
Ella pasó los días triste, mal, apagada, sin
creer lo que perdía. Ella sentía que debía dejar ir una de las mejores cosas
que le había pasado, acostumbrada a alejar personas tóxicas, esto era duro para
ella.
Algunos ratos ganaban los buenos
recuerdos, otros los malos. Una batalla constante se producía dentro de ella y
cada segundo ella quería detenerla sin saber cómo.
No se cuidó, perdió peso, cayó
enferma. La batalla la estaba consumiendo y ella era la que estaba en medio. Decidió
hacer lo único que sabía hacer.
Escribir.
Escribir sobre sus sentimientos,
sobre lo bueno, cómo era dejarlo ir, los últimos momentos de la relación, la
forma en la que estaba mirando las cosas y el modo en el que le gustaría
acabar.
Ella se otorgo espacio, un
desahogo infinito. En cuanto puso el último punto al relato quedó en paz, la
contienda interna había desaparecido.
Todo el barro que le impedía
continuar y el humo que le llenaba los pulmones y no la dejaba respirar se
había esfumado.
Suspiró y pudo sentir como el
pecho se llenaba de nuevo. Había cerrado un capítulo.
Pero estas letras fueron para
nuestra protagonista su “basado en hecho reales”. Esas letras rompieron todo lo
que ella había creído conocer, sentido y amado.
Él reaccionó ante esos sentimientos que ella
había dado forma de un modo que ella
nunca esperó. Lo que ella había conocido se esfumó en un segundo, en el segundo
en el que él volcó toda su ira hacia ella.
Toda.
Ella es consciente de que no lo
ha hecho todo bien, ella se equivoca como todo el mundo, igual que entendía que
él lo hiciese lo mejor que pudo, aunque eso le costase asumir. Ella estaba
aprendiendo y sabe que cometer errores está dentro del contrato.
Pero el daño gratuito es lo que
ella no soporta. Él tenía derecho a todo, enfadarse, insultar, hacer daño, a
ser frío, distante… le hacía sentir que ella no tenía derecho a nada.
No tenía derecho a escribir, a
desahogarse, a superarlo, a tener amigos.
Ella sentía que todo lo que ella
le había dado durante meses se lo estaba echando en la cara con asco. Una de
las cosas que ella sentía y contra lo que luchaba era el sentimiento de
encontrarse sola. Sin nadie. Cada día.
Ahora, él tenía como argumento
favorito “estás sola y no tienes a nadie”.
Ella no podía más. Lo suyo estaba
superado desde hace tiempo. Ya recibía en los brazos de otro chico ese cariño
íntimo entre sus sábanas. Esas manos habían hecho que ella se diera cuenta de
lo poco que merecía la pena seguir pensando en él. Ella ya sentía que quería
conocer, arriesgarse.
Ella estaba libre, reía como nunca,
jugaba y nada le importaba. Pero él solo aparecía en su vida de forma
intermitente y siempre con malas intenciones.
De repente la persona que para
ella había sido buena era otra totalmente distinta. Alguien falso, mentiroso,
que no le importa hacer daño si eso le hace sentir mejor. Él le recordaba a su
padre, que tan mal se lo había hecho
pasar, controlador e intolerante.
Ella seguía sin entender nada.
Solo le quedaba repetir las palabras que quería recordar. “Ha sido bueno
conmigo”…
Pero eso había sido ficción. Una
buena persona siempre es buena persona, al menos lo intenta. La realidad le
había caído desde arriba y había parado en sus pies con un golpe seco.
Él había sido algo diferente para
conservar algo que le interesaba. Los lazos se cortan mientras ella lo bloquea
de su teléfono.
Literalmente no puede más.
Él le quiere arrebatar todo lo
bueno que le pasa con sus miedo y sus odios infundados.
Ella sabe que no ha hecho las
cosas bien pero que todo lo que él hace no tiene justificación alguna.
Algo que le dolía dejar se ha
vuelto fácil y sencillo de alejar. Ella no sabía cómo dejar ir algo bueno, no
sabía resignarse a perder algo que la había hecho feliz.
Pero él se lo ha puesto fácil,
ella tiene mucha práctica alejando a las personas tóxicas de su alrededor. La decisión es
sencilla.
Debe asumir que esa persona no le
aporta nada. Y como a cualquier persona dañina, debe guardar lo bueno que ha
pasado pero sin que esos recuerdos le hagan creer que esa persona sigue
mereciendo la pena.
Ella no sabe que provoca esa
actitud en él, solo siente que un fotograma final ha cambiado todo lo que ha
vivido.
Porque es curioso como unas pocas
palabras pueden hacer que todo lo que creías que habías visto y sentido de un
modo precioso y romántico pasase de la ficción a la realidad.
Como las personas cambian antes
situaciones que son nuevas y les dan
pavor.
Como alguien que creías conocer
en un segundo se vuelve un completo desconocido.
Como el amor se convierto en odio
y esa persona que te había amado tanto puede convertirse en un arma de doble
filo dispuesta a hacerte daño si eso le supone beneficio.
Como se vuelve a exponer el
corazón para que uno se sienta vivo, porque solo el peligro a sufrir es lo que
impulsa los latidos y bombea la sangre.
Es curioso cómo me voy dando
cuenta mientras escribo este relato de que es una gran gilipollez llamarla ella
cuando hablo de mí.
Es curioso cómo, de repente,
siento que soy libre y que todo me da igual.